Notak & Letrak

“En una sola nota musical se puede concentrar una intensidad del sentimiento mayor que en varias páginas de escritura.” Esta frase pronunciada en 1871 por Charles Darwin -conocido tanto por su rigor científico como por sus tenaces observaciones- debió ser algo en lo que ya creía un buen puñado de compositores que a lo largo del tiempo se inspiraron en la literatura, en sus variadas manifestaciones. Y también lo debieron intuir muchos literatos que, con declarada melomanía, estimularon a los músicos a componer sobre sus textos. Se establecía así un juego de espejos, un camino de ida y vuelta capaz de generar constelaciones de partituras. Pero hacían falta receptores de tan amplia producción y fue el público quien, con ávida entrega, sucumbió a esta fascinación por la literatura transmutada en música, reforzando la feliz unión entre ambas.

Con el título ‘Notak & Letrak’, el Festival Musika-Música en su vigésimo segunda edición enlaza dos de los códigos que, por su universalidad y alcance, destacan en la comunicación humana: las letras y las notas como representación gráfica de múltiples significados -conceptos, creencias, sentimientos, ideas estéticas…- que se hacen sonoros en los fonemas y en los sonidos musicales. La programación que se ofrece a nuestros oídos explora un sugerente y extenso corpus literario sublimado en la música: los géneros literarios volcados en los géneros musicales.

Siguiendo el planteamiento de Darwin debemos prepararnos, pues, para recibir intensísimas oleadas de emociones que, a lo largo de tres días, nos llegarán de decenas de composiciones musicales inspiradas por novelas, comedias, tragedias, relatos, ensayos filosóficos, cuentos y poemas de grandes literatos de distintas épocas. Desde Ovidio hasta Maeterlinck; de Goethe a Ibsen; de Byron a Tolstoi; de Cervantes a Shakespeare. Este último, por cierto, parece adelantarse a la apreciación de su compatriota naturalista cuando, en su comedia “Noche de Reyes”, pone estas palabras en boca del Duque de Orsino: “Si la música es el alimento del amor, tocad. Dádmela en exceso, de manera que saciado, el anhelo enferme y muera.”

Menos romántico tal vez, pero sí revelador, es el pensamiento de una de las principales figuras del panorama musical del siglo XX. Nadia Boulanger decía que “las palabras causan divergencias entre las personas porque su significado genera una opinión en torno a una idea. La música solo retiene la sustancia más elevada y pura de la idea, porque tiene el privilegio de expresarlo todo, sin excluir nada.”

Desde luego, el lenguaje verbal y el musical se sintieron atraídos desde antiguo y la música había estado ya indisolublemente ligada a las tragedias de Sófocles o a las Odas de Píndaro. El Barroco, con el valor que otorgaba a la expresión de los afectos en las creaciones artísticas, alentó el enlace y lo hizo florecer. Pero fue el siglo XIX el que, con el auge de las traducciones y la profusión de las ediciones accesibles, puso en circulación una cantidad considerable y muy variada de textos literarios de todo el mundo. Y, yendo aún más lejos, el espíritu romántico pretendió borrar los límites entre música y literatura, de modo que la conexión entre ellas se transformara en fusión.

Es ilustrativo observar cómo a lo largo de la historia quienes concebían la música pensando en la literatura fueron cambiando sus intenciones: ambientar, sugerir, potenciar, representar, traducir, sublimar, trascender… Esto dependía de la estética del momento, del texto que tuvieran ante sus ojos y también de sus personalidades y talentos. Para lograr estos objetivos tuvieron que hacer evolucionar las técnicas de composición, empleando la simbiosis para escribir óperas y ciclos de canciones o utilizando procesos de alquimia para obtener los poemas sinfónicos y las sinfonías programáticas. En ocasiones los textos permanecieron agazapados entre las sombras de los pentagramas, haciendo difícil discernir la fuente literaria que los inspiró, aunque esté ahí, cosida a la partitura. Esto es propio de la música instrumental de cámara.

Estos días de festival nos acompañarán Schiller, Virgilio, Dryden, Mann, Nietzsche, Daudet, Heine, Mérimée… Son nombres evocadores de la alta literatura, autores de obras maestras que han urdido sus tramas basándose en la mitología y en la historia, en la filosofía y en la invención, entreverando hechos reales con espejismos y quimeras que nos hablan de sueños, de pasiones y conflictos y también de música, como hace Cervantes a través de Don Quijote con esta frase: “Quiero que sepas, Sancho, que todos o los más caballeros andantes de la edad pasada eran grandes trovadores y grandes músicos.” Y de Sancho, que se muestra aún más rotundo cuando afirma esto: “Donde hay música no puede haber cosa mala […] La música siempre es indicio de regocijos y de fiestas.” Igualmente lo hace Shakespeare a través de Romeo: “¡Qué tañido de plata a medianoche, arrobadora música se siente cuando se oye la voz de los amantes!”

La prosa y la poesía de todos ellos provocaron a las musas de la composición, logrando que la música sustituyera a las palabras. Esto proclamaba Tchaikovsky con su habitual tono de duda: “¿No es cierto que la sinfonía debe expresar todas aquellas cosas que las palabras no pueden decir y que se refugian en el corazón clamando por salir de nosotros?”

Otros, como Poulenc, creían que el poder musical podía llegar más lejos que el verbal y por ello aseguraba que “se debe traducir a la música no solo el significado literal de las palabras, sino también todo cuanto esté escrito entre líneas.”

Fueron las novelas de amor o de aventuras, las tragedias y comedias, los ensayos filosóficos y las fantasías mitológicas las que nos dieron a conocer a Abdelazer, a Dulcinea, a Manfred, a Rosamunda, a Fausto, a Peer Gynt, a Peleas y Melisande, a Carmen, a Polifemo, a Zaratustra, a Guillermo Tell y a la Reina de las hadas… Un fabuloso catálogo de personajes reales o de ficción extravasaron el texto escrito para convertirse en el núcleo de partituras sinfónicas o corales, épicas, luminosas, solemnes y coloridas, que deslumbraron al auditorio con su grandilocuencia.

Pero la comunión entre música y literatura alumbró también piezas más íntimas, apropiadas para sonar en veladas privadas, como lo eran las schubertiadas donde se leían poemas, se cantaba y se escuchaba música; o los salones de Madame de Staël, previos a la Revolución Francesa; o los de Pauline Viardot -los jueves en París y los domingos en Baden-Baden- a los que acudían Saint-Saëns o Turguénev; o los ‘martes de Mallarmé’ de los que era asiduo Debussy; o el salón de la Princesa de Polignac donde se estrenó El retablo de Maese Pedro, obra encargada por ella en la que el talento de Falla se cose al de Cervantes.

Estas estampas no tan lejanas pertenecen al universo de la música de cámara, hecha en espacios que favorecen la cercanía del público con los intérpretes y la escucha recogida, lugares transformados en jardines donde cultivar la “música callada” que florece en los poemas susurrados al oído o en los relatos contados al calor de la lumbre y que nos sumerge, con San Juan de la Cruz, en el deleite de la “soledad sonora.”

García Lorca, cuya poesía suena a música, expresaba así el impacto de este género de apariencia menuda: “Nadie, con palabras, dirá una pasión desgarradora como habló Beethoven en su Sonata Appasionata. Jamás veremos las almas de mujeres que Chopin nos contó en sus Nocturnos.

Durante tres días leeremos con los oídos sobre amantes desdichados, sobre juegos pastoriles, peleas y escaramuzas, sobre anhelos y quebrantos, sobre utopías asequibles y hazañas improbables, sobre sueños infantiles y deseos insatisfechos. Todo reflejado en partituras confeccionadas a base de notas y letras que dialogan, códigos que se entretejen, planos lingüísticos que se superponen en eterno juego de transparencias entre el lenguaje literario y el musical, trasvases de creatividad, conocimiento y oficio.

Bilbao será jardín sonoro y literario, océano de notas y letras al encuentro de miles de oídos atentos. Por eso es grato responder al bilbaíno Blas de Otero cuando en su poema Música tuya pregunta esto:

¿Es verdad que te gusta verte hundida
en el mar de la música; dejarte
llevar por esas alas, abismarte
en esa luz tan honda y escondida?

Nos gusta, sí. Disfruten.

Mercedes Albaina

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